lunes, 28 de febrero de 2011

Duende, vida, misterio y muerte en los toros por Federico García Lorca



Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, provincia de Granada, fue un poeta, dramaturgo y prosista español, también conocido por su destreza en muchas otras artes. Es el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Como dramaturgo, se le considera una de las cimas del teatro español del siglo XX, junto con Valle-Inclán y Buero Vallejo.
La España de García Lorca era la de la Edad de Plata, heredera de la Generación del 98, con una rica vida intelectual donde los nombres de Francisco Giner de los Ríos, Benito Pérez Galdós, Miguel de Unamuno y, poco después, Salvador de Madariaga y José Ortega y Gasset.

Federico García Lorca y la Huerta de San Vicente

Uno de los escenarios de su memoria es la casa de campo en la que compuso algunas de sus mejores obras, aquella en la que pasó sus últimos veranos, la última casa de la familia que lo vio con vida en el año 1936.

La renovada casa de la Huerta de San Vicente es blanca y verde, blanco el enlucido de los muros, verde oscuro las puertas y las ventanas. A la entrada, la mecedora y dos sillas. Unos arcos abiertos en los tabiques comunican la sala baja con la escalera y el comedor. La casa es amplia, fresca y clara, transmiten una sensación de espacio y tranquilidad. Los muebles, originales, las alfombras de esparto se alternan con otras tejidas, más elaboradas. De las paredes cuelgan grabados del siglo XVI, retratos. Una trampilla bien disimulada comunica comedor y cocina, es una cocina de campo, su hornilla de carbón y sus cobres, los cuales nos recuerdan a las casas de nuestras abuelas.

En la misma planta baja, en la estancia de la izquierda y luego en todo lo que resta de casa, Federico es figura dominante, de tal modo que uno diría que solamente él vivió allí. Entre otras muchas cosas, aquí está su piano de cola, de sus paredes cuelga una marinera fumando en pipa de Dalí, cuatro figurines dibujados por el propio Federico, el retrato mil veces reproducido de un Federico pintado por Gregorio Toledo, su título de bachiller. Subimos los peldaños de la escalera y nos dirigimos a las salas de exposición, las que fueron los dormitorios de los padres y las hermanas de Federico y un aseo.


Hay fotografías felices, manuscritos y dibujos, pruebas de imprenta, ediciones varias y en varios idiomas del Romancero Gitano, un Generalife de exquisita caligrafía dedicado por Juan Ramón Jiménez a Isabel García Lorca.

Una vez en el dormitorio de Federico, están su cama y su colcha, su Virgen de los Siete Puñales y el escritorio sobre el que se fraguaron tantas de sus obras.

 

No se ven ya desde la Huerta de San Vicente, cegada por la muralla de bloques de Arabial, ni Granada ni la Alhambra. Por suerte, nada esconde la esplendida vista de Sierra Nevada.

Lorca y la Tauromaquia

El tema de los toros es uno de los elementos más frecuentes en la poesía de Federico García Lorca.  Para él, la historia y el simbolismo de la tauromaquia (el arte de lidiar toros) es parte del alma española.

Teoría y juego del duende

Algunos de los párrafos en los cuales podemos admirar la visión de Lorca respecto de la fiesta y de lo que él llamaría y llama el duende.

En toda Andalucía, roca de Jaén y caracola de Cádiz, la gente habla constantemente del duende y lo descubre en cuanto sale con instinto eficaz. El maravilloso cantaor El Lebrijano, creador de la Debla, decía: "Los días que yo canto con duende no hay quien pueda conmigo"; la vieja bailarina gitana La Malena exclamó un día oyendo tocar a Brailowsky un fragmento de Bach: "¡Ole! ¡Eso tiene duende!", y estuvo aburrida con Gluck y con Brahms y con Darius Milhaud. Y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, dijo, escuchando al propio Falla su Nocturno del Generalife, esta espléndida frase: "Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende". Y no hay verdad más grande.
Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros dijo el hombre popular de España y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: "Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica".
En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo.
Parece como si todo el duende del mundo clásico se agolpara en esta fiesta perfecta, exponente de la cultura y de la gran sensibilidad de un pueblo que descubre en el hombre sus mejores iras, sus mejor bilis y su mejor llanto. Ni en el baile español ni en los toros se divierte nadie; el duende se encarga de hacer sufrir por medio del drama, sobre formas vivas, y prepara las escaleras para una evasión de la realidad que circunda.
El duende opera sobre el cuerpo de la bailarina como el aire sobre la arena. Convierte con mágico poder una muchacha en paralítica de la luna, o llena de rubores adolescentes a un viejo roto que pide limosna por las tiendas de vino, da con una cabellera olor de puerto nocturno, y en todo momento opera sobre los brazos con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos.
Pero imposible repetirse nunca, esto es muy interesante de subrayar. El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca.
En los toros adquiere sus acentos más impresionantes, porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometría, con la medida, base fundamental de la fiesta.
El toro tiene su órbita; el torero, la suya, y entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego.
Se puede tener musa con la muleta y ángel con las banderillas y pasar por buen torero, pero en la faena de capa, con el toro limpio todavía de heridas, y en el momento de matar, se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística.
El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad no torea, sino que está en ese plano ridículo, al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida; en cambio, el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos.
Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo, a poetas, pintores y músicos, cuatro grandes caminos de la tradición española.
España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención.


Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías (1935) es una elegía de incontenible dolor y emoción que actúa de homenaje al torero sevillano que tanto apoyó a los poetas de la Generación del 27. Es la culminación de la poesía de García Lorca.  En esta obra poética Lorca presenta la relación entre la muerte como hecho abstracto y la muerte personalizada de un amigo, Ignacio Sánchez Mejías, quien murió poco después de una corrida de toros en el pueblo de Manzanares en el año 1934.
En el poema, "La cogida y la muerte," el poeta está casi hipnotizado por el instante de la tragedia, las cinco de la tarde, un verso que se repite 25 veces. Es lo que los  españoles llaman la "hora de la verdad. Algunos de sus fragmentos muestran el dolor de la tragedia.

 

 

 

 

 

 

La cogida y la muerte
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.

Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.

La sangre derramada.
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!

Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.


 

Federico García Lorca dijo, "Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo.  Es el único sitio adonde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza

            "Se dice que el torero va a la plaza por ganar dinero, posición social, gloria, aplausos, y no es verdad. El torero va a la plaza para encontrarse solo con el toro, al que tiene mucho que decir y al que teme y adora al mismo tiempo.  Le gustan los aplausos y lo animan, pero él está embebido en su rito y oye y ve al público como si estuviera en otro mundo.  Y, efectivamente, está. Está en un mundo de creación y de abstracción constante por el público de los toros: es el único público que no es de espectadores, sino de actores.  Cada hombre torea al toro al mismo tiempo que el torero, no siguiendo el vuelo del capote, sino con otro capote imaginario y de manera distinta de la que está viendo.  Así, pues, el torero es una forma sobre la que descansa el ansia distinta de miles de personas y el toro el único verdadero primer actor del drama."

No sólo Lorca fue el único en elogiar y defender la fiesta, el filósofo José Ortega y Gasset explicaba que era impensable estudiar la historia de España sin considerar las corridas de toros. La generación del 27 en su mayoría fue amante de la fiesta, sobre la cual escribieron, pintaron y esculpieron. Ortega y Gasset, al igual que otros autores como el académico José María de Cossío, realizaba un paralelismo entre las corridas de toros y la historia de España:
“Afirmo de la manera más taxativa que no puede comprender bien la Historia de España, desde 1650 hasta hoy, quien no se haya cimentado con rigorosa construcción la historia de las corridas de toros en el sentido estricto del término, no de la fiesta de toros que, más o menos vagamente, ha existido en la Península desde hace tres milenios, sino lo que nosotros actualmente llamamos con ese nombre. La historia de las corridas de toros revela algunos de los secretos más recónditos de la vida nacional española durante casi tres siglos. Y no se trata de vagas apreciaciones, sino que, de otro modo, no se puede definir con precisión la peculiar estructura social de nuestro pueblo durante esos siglos, estructura social que es, en muy importantes órdenes, estrictamente inversa de la normal en las otras naciones de Europa”. -José
Otros defensores del toreo, como el catedrático Andrés Amorós, argumentaba que nadie ama más al toro que un buen aficionado a las corridas: nadie admira más su belleza, nadie exige con más vehemencia su integridad y se indigna con mayor furia ante cualquier maltrato, desprecio o manipulación fraudulenta”.


Agradecer el trato al darme acceso a la Huerta de San Vicente para poder realizar el reportaje fotográfico de la casa.
Datos de acceso a la misma:
Huerta de San Vicente. Casa- museo Federico García Lorca
Calle de la Virgen Blanca, s/n
18004 Granada
Tlf. 958 258 466




 









Artículo y reportaje: Mercedes Quesada

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