Recuerdo esas calurosas tardes de verano cuando mis padres se sentaban a ver alguna corrida de toros. Les preguntaba, desde la ignorancia de una niña de 6 años, que por què le hacían eso al toro, mis padres siempre me decían que cuando fuera mayor lo entendería.
Pasaron los años y un día me volví a sentar con mi padre a ver una corrida de toros que retransmitían por televisión. No sé porqué, ni cómo, pero ese día fue diferente. Empezé a ver una lucha de guerrero a guerrero, a cuerpo limpio donde los únicos escudos son una cornamenta y un trozo de tela, una lucha para la cúal se prepararon toda la vida. Por primera vez, admiré esa relación mágica que se crea entre toro y torero, solo existen ellos dos, no importa que los tendidos estén abarrotados.
Ahora, con 22 años, soy una apasionada del mundo del toro y su entorno. Me preparo para llegar a ser periodista taurina.
Se que no es un camino fácil, por eso me gusta, nunca me gustó obtener una recompensa sin esfuerzo previo, prefiero aquellos caminos en los que vas subiendo escalón a escalón, en los que el esfuerzo, la constancia y el afán de superación son los ''trastos'' diarios.
Tropiezas, caes y tienes que levantarte y seguir, como un torero cuando en medio de una faena es cogido por el toro y se levanta, sin importarle la cornada, vuelve a la cara del toro y toda esa rabia concentrada, la transforma en muletazos que quitan el ''sentío''.
Igual que un niño sueña con ser torero, con llegar a lo más alto del escalafón, con tardes de gloria y noches de decepción, con días intentando buscar la respuesta a porque no supo entender un toro, a pesar de no ser una camino fácil, anteponiendo familia y amigos que nunca entendieron esa obsesión. Yo, sueño con transmitir a los demás lo que siento al ver dos gladiadores en el albero.
Me despido ya, no sin antes pedirle a aquellas personas que se consideran antitaurinas, que defienden al toro sin conocerlo, que si nunca han asistido a una plaza de toros, que lo hagan y comprueben, in situ, las sensaciones que se viven; al aficionado que grita olé después de un buen muletazo, a la chica que nerviosa se muerde las uñas, a los tendidos, en general, cuando después de una buena faenza se levantan y sacan sus pañuelos.
Que hable con un ganadero que le explique cómo vive el toro en la dehesa, que le explique cómo por su bravura y nobleza se gana la vida o cómo embiste apenas acaba de nacer.
Si después de todo eso no sienten nada, dejénlo porque no entienden el sentido de la Fiesta, pero hagánme un favor, no sólo a mí, sino también a los aficionados, ganaderos, toreros, gente que vive por y para ésto y sobre todo al toro, porque tenemos derecho a seguir disfrutando de lo que tanto nos hace sentir.
Artículo escrito por Lourdes Martínez Revuelto
Fotografías de: Mercedes Quesada